Mi amiga me había cambiado una historia por arrumacos, pero la noche había terminado y yo estaba ansioso de escuchar el final de aquella aventura con su amiga Romina, a quien jamás conocí pero imaginé en muchas fantasías. El cuento se había cortado luego de una pelea de mi amiga con una compañera de colegio, en la cual la contrincante llamada Marta había terminado en el hospital a causa de un golpe propinado en la cabeza con un palo de jockey.
-Bueno corazón, ya pasó la noche y parte de este día, creo que llegó el momento de escuchar por que puta razón la historia no terminó de la mejor manera.
-Bueno, saca la mano de ahí así me concentro y te cuento.
Saqué mi mano fingiendo disgusto, me crucé de brazos.
-Soy todo oídos.
-Como te decía, el golpe no había sido para tanto y yo no era una asesina. El problema ahora era Romina.
-¿Romina? ¿Contame como es?
-Romina es una chica medianamente linda, los ojos son su parte más llamativa, de un color a veces verde, a veces marrón claro siempre abiertos y brillosos. Debe medir lo mismo que yo, aunque tiene la espalda más ancha. Sin llegar a gordita, en esa época andaba en el límite pues sus pulpas eran generosas. Muy deportista, el pelo hasta los hombros de un rubio oscuro, no castaño.
-Me está gustando tu amiga, ¿por qué no la invitaste?
-Ya bastante que te comparto con Josefina, si fuéramos tres vos te agrandarías demasiado.
-Es verdad, a parte el físico no me da para tanto. Contesté entre risas.
-Bueno. Después del problema del hockey, me sentí muy agradecida, si no fuera por Romina, no sé como hubiera reaccionado. Nos volvimos muy compinches, pasábamos los recreos juntas, salíamos juntas del colegio, nos encontrábamos todas las tardes, venía a casa o yo a la suya. Con el tiempo me di cuenta que mis relaciones disminuían. De mis amigas del curso solo charlaba con alguna de vez en cuando y ya no salíamos los fines de semana.
Si bien con Romina me sentía muy bien, añoraba un poco a las otras y más aun la frivolidad adolescente que vegetaba en las noches de viernes antes de ir a bailar.
Con Romina salíamos a veces, pero todo era planeado y conversado, pensaba que se sentía responsable de mí, y yo la dejaba. Varias veces tuve que mentirle luego de alguna salida con otras chicas. No porque ella se ofendiera o enojara, sino porque me daba una culpa inefable, recelaba que la haría sentir mal.
Me sentía un poco ahogada, pero por otro lado, la contención que me daba era impagable, más teniendo en cuenta que desde la muerte de mi viejo, me sentía un poco desprotegida.
Un viernes noche, luego de ganarle un partido de Scrabel y tomar muchas cervezas, decidimos ir a dormir. Hacía calor. Como había decidido quedarse sin planearlo, tuvo que llamar a su casa para avisar. Nos metimos en mi cuarto, nos reíamos de cualquier pavada. Pusimos la música bajita y empezamos a bailar. La música era sexy y así era nuestra danza. Meneábamos la cintura y nos agachábamos, estábamos muy divertidas. Romina empezó a jugar con su remera, la iba subiendo despacio al ritmo de la música y sus movimientos eran realmente eróticos. Despacito, se sacó la remera y me la tiró en la cara. Yo hice lo mismo, el jueguito me encantaba. Puso sus dos brazos en su espalda y se desprendió el corpiño, mientras lo hacía, se agachaba y levantaba pegada a mí y me rozaba con sensualidad. Ya me atemorizaba un poco la situación, pero me excitaba bastante, así que la imité. Estábamos las dos en cueros, nuestros pechos se rozaban y bailábamos agarradas de las caderas moviéndolas y agachándonos. Lentamente, casi sin que lo notara, me desprendió los jeans y me bajó el cierre con paciencia infinita. A pesar que nunca me había planteado un momento íntimo de esa magnitud con una chica, no podía evitar sentir esos impulsos eléctricos y agradables que consiguieron humedecerme. Tomándose su tiempo y sin dejar de bailar, me dejo con la bombacha como única prenda. Yo tampoco dejaba de bailar y bajé sus pantalones con una pericia desconocida.
-¡Me estás haciendo calentar!
-Seguíamos bailando y rozándonos, las dos estábamos muy calientes. En un momento, me abrazó por la espalda y empezó a rozar mi cola con su pelvis, a la vez que sus manos bajaban apenas rozándome por mis lolas y mi ombligo. Luego tomó mi bombacha y la deslizó sin apuro hasta mis rodillas, con un par de movimientos me deshice de ella y para emparejar la situación, con el dedo gordo de un pie, baje la suya hasta el suelo.
La situación era contradictoria, por un lado me encantaba el jueguito y estaba totalmente erotizada con sus movimientos y caricias y por otro, no tenía nada de ganas de que me besara, me daba impresión ser besada por otra mina. Creo que se dio cuenta, pues sus ósculos nunca llegaron a mi boca, aunque recorrieron todo mi cuerpo de una forma maravillosa. Jugamos por más de una hora ese juego, yo no tenía mucha experiencia en esto de orgasmos, había fifado un par de veces con un novio pero su velocidad y mi incomodidad transformaron la situación en meramente exploratoria. Cuando me llegó el inesperado orgasmo, su fuerza era algo desconocido, me encantó y Romina tuvo el tino de alargarlo una eternidad con la destreza de alguien que conoce del tema.
No sé bien cual es la diferencia, pero el orgasmo entre congéneres es diferente. No puedo afirmar si es más lindo o más feo, pero es probable que sea más desprendido, se siente de verdad que a tu pareja solo le interesa tu goce y cuando llega, no necesitas pensar en ella, porque ella lo está disfrutando tanto como vos.
-Se ve que solo te encamaste con hombres un poco machistas. Le comenté, a la vez que la historia había logrado cambios en mi fisonomía. Dudé entre abalanzarme sobre ella o esperar el final de la historia. La segunda opción me pareció más interesante por el momento, aparte tiempo era lo que sobraba.
-No lo sé, además no fueron tantos, puede ser, me pasa que cuando estoy acabando no puedo abstraerme, sino que pienso si él lo estará disfrutando. Esa noche con Romina, sentía mi orgasmo como un regalo que le hacía, convencida del regocijo que le provocaría. Pero como ya te dije, no quería besos, ni tampoco incursionar en sus intimidades, por lo que se las tuvo que arreglar medio sola para llegar al final, yo solo la acompañaba y acariciaba, pero no me gustaba la idea de ir más allá de las caricias sobre la piel. Por la cara de Romina, se notaba que estaba feliz y por qué negarlo, había logrado que yo la pasara de maravilla. Nos quedamos dormidas desnudas y abrazadas, por suerte me desperté antes de la madrugada y me cambié de cama, no se que hubiera dicho mi madre si nos encontraba en ese estado.
No levantamos el sábado casi al mediodía, con una resaca que no era alcohólica y, en mi caso, con una decisión que tomar. Me llevó una semana tomarla y no sé si fue la correcta. Tal vez no hubiese sido necesario alejarme así de Romina, pero fue lo que me salió en ese momento. La empecé a esquivar en los recreos, me iba rápido del colegio dejándola rezagada y hasta me hacía negar por teléfono. Volví poco a poco con mis antiguas amigas y hasta Marta formó parte de las salidas los viernes a la noche. Desde ya que nos seguíamos viendo a diario, pero el diálogo se tornó escueto y banal. Contra mis pronósticos, en ningún momento Romina me reprochó la actitud, solo me dijo “cuando quieras buscame”. Quise muchas veces, pero el recuerdo de esa noche agradable me provocaba mucho miedo. Así fue como perdí a mi amiga más incondicional, de miedosa nomás.
Me la encontré unos días antes de venir y tomamos un café, está muy bien, estudia cine en Buenos Aires y tiene una novia que la trata muy bien, trabajan juntas en una productora. A veces la extraño, pero no la cambiaría jamás por una noche como la de anoche.
Cruz J. Saubidet®
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