7.4.08

Viaje

-¡Quince minutos! Dijo el chofer.
Estiré las mandíbulas un par de veces y marché por el pasillo. Ya estaba oscureciendo, el lugar en que nos detuvimos no expresaba la cercanía a ninguna cuidad, solo en el horizonte, se comenzaban a vislumbrar las montañas. Ya estamos cerca pensé mientras prendía un cigarrillo.
Ver las montañas me llenó de alegría. Toda mi vida, el hecho de apreciar la primera señal física del destino, me llenó de felicidad. En los viajes a la costa con mi familia, la primera imagen del mar, desde el auto y a muchos kilómetros del destino me borraba de un plumazo todo el cansancio y el mal humor.
Me quedé un rato parado mirando hacia el oeste, mi mente había eliminado cualquier situación que no perteneciera al viaje, no me acordaba de mi familia, el colegio incluso de mis amigas, no me quedaba la mínima resaca de los besos con Gabriela.
Pedí agua caliente en la barra del bar y me compré un alfajor en un quiosquito cercano (más barato que el bar), me preparé el mate y sentado en una paresita cerca del colectivo, solo, me sentí feliz por primera vez en mucho tiempo.
Sin desbandar el silencio, se arrimaron el Filósofo y el Camiseta, los sumé a la ronda de mate. Me sentía muy bien como para romper el silencio y ellos lo respetaron, a los diez minutos subimos al ómnibus.