–En el almuerzo vemo. En una hora comemo y arreglamo. Avisele a la Marta que la necesito.
–Bueno.
A paso tranquilo regresé a la casa. La galería era depositaria de los pocos muebles del hogar y estaba baldeada, desde adentro salía un sonido de escoba contra el piso y emergían salpicaduras desde la puerta. Marta estaba en pleno trabajo y su cara denotaba satisfacción.
–Falta el baño nomás.
–Bueno, espero afuera.
–No, pase y mire como va quedando.
Entré y noté el cambio, mi casa estaba limpia y olía diferente. Ofrecí cargar el balde y Marta aceptó complacida. Busqué la escoba y la ayudé pasándola por las paredes del baño, las telarañas se enredaban en las pajas y debía salir a limpiar la herramienta. La chica se esforzaba por sacarle brillo al piso de cemento y por primera vez le encontré cierta belleza, tal vez producto del agradecimiento. En cuanto se agachó para limpiar el inodoro no pude evitar apoyarme sobre su cola carnosa.
– ¡Ay don Joaquín! ¡Déjeme limpiar! Me dijo entre risitas. Mis manos tomaron sus pechos, su respiración se agitaba, más aún cuando mi mano hurgó bajo su pollera. Con cierta brusquedad tomó mi miembro y lo presionó con toda su mano, luego se sacó la bombacha y se apoyó en el lavatorio. –Venga, Me susurró mientras alzaba una pierna y la apoyaba sobre el inodoro. Yo fui. Diez minutos después volvimos al trabajo y dejamos el baño respetable.
–Tu mamá me dijo que te necesitaba.
–Ahora voy, cuando termine.
Cuando quedé solo era casi el mediodía, saqué agua del aljibe y me di un merecido baño sobre el piso aún mojado, aunque limpio esta vez, de la galería.