23.10.06

Retiro espiritual de silencio- Parte 1

Todo me parecía más problemático que la realidad. Mis reacciones ante los mandatos de la autoridad seguían inalterables. Cada palabra que pronunciaba un cura me significaba un error. ¿Que puede saber este? Pensaba mientras me hablaban de como querían que sea o me comporte. Mis visitas a la vice-dirección y las conversaciones con esa señora pintarrajeada derivaron en entrevistas con el director; señor de mediana edad, peinado para atrás, con aire chupacirios y deshonestidades comprobadas en un futuro no muy lejano.

-¿Que hacemos con vos? Me preguntaba con cara de circunstancia.

-Nada- Contestaba mirandolo a los ojos.

-Vas a tener que mejorar un poco la conducta, de lo contrario vendrán sanciones y amonestaciones.

Yo no me portaba mal, en los cinco años nunca me pusieron amonestaciones. Lo que enervaba a los directivos y curas era mi falta de respeto y des-temor a la autoridad. ¿Por que razón, iba a la oficina del rector y no mostraba preocupación alguna? ¿Por que le contestaba tan mal y con tanta indiferencia a los maestrillos que osaban reprenderme? ¿Por que le dije “Cerrá el culo” al padre José Luis?

El padre José Luis todavía era maestrillo, o sea que solo había hecho los votos de soberbia y castidad jesuítico y le faltaban algunos para recibirse de cura.

-Me salió, seguramente me dijo alguna pavada.

Contesté al director a la vez que lo imaginaba firmando mi acta de defunción.

Nada de eso pasó, yo seguí en el colegio porque era simpático y me defendía en todas las materias. No tengo dudas que les hubiera gustado echarme pero nunca les proporcioné motivos suficientes. Lo hubieran hecho en primer año si me hubiese llevado más materias; no fue así, ni lo fue en años posteriores.

Siempre me amenazaban con que no iría al viaje anual mas nunca me lo perdí. Cada año me afirmaban que como favor y con la promesa de buen comportamiento me dejaban ir con ellos.

-¿Vas al retiro? Pregunté al Genio.

-No, boludo, no tengo nada de ganas, a parte sabés que no me interesa mucho esto de la religión. Todavía no sé para qué mierda tomé la comunión.

-¿Y vos Filósofo?

-No, voy a aprovechar estos días y me voy con mi hermana a Uruguay, a la estancia La Aurora, a ver cosas raras.

El Loco había ejercido sobre el Filósofo una atracción hacia las cosas ocultas, extrañas o extraterrestres. La estancia “La Aurora” era un lugar donde, al igual que el cerro Uritorco, aseguraban se concebían contactos con extraterrestres.

El Loco y el Sabalé irían, la verdad era que no me importaba compartir el retiro con mis amigos, lo que quería saber era lo que perdería en esos días de ausencia.

Ejercicios espirituales de silencio absoluto,

3 días, 2noches,

Coordinado por José Camacho SJ.

Este tipo, Camacho, presumía ser una eminencia en la institución creada por San Ignacio de Loyola, habría que verlo actuar y reconsiderar lo que significa una eminencia para los jesuitas.

Salimos en dos colectivos repletos, luego de una hora y media, llegamos a una especie de fortificación de paredes altísimas. Los transportes entraron por los portones gigantes y en cuanto bajamos, antes de instalarnos, nos anunciaron el comienzo del silencio.

Esta vez lo voy a respetar, me prometí. El año anterior no lo logré y me mandaron a casa en menos de 24 horas. Este año, dada la eminencia que lo coordinaría, creía que me resultaría más ameno.

Nos instalaron en habitaciones individuales con baño, una ventana minúscula era el único contacto con el patio gigante del centro del convento. Todo estaba muy pulcro y hasta bonito. En la mesa de luz, sola, una Biblia.

-Juan 3, 25-33, Juan 3, 25-33, Juan 3, 25-33

Porque soy inteligente agarré la Biblia y busqué Juan 3,25-33.

-Misa en 5 minutos, Misa en 5 minutos, Misa en 5 minutos

Era increíble como en el silencio absoluto los mensajes llegaban tan claros.

En silencio y con cara de penitentes, fuimos a la misa que como todas, fue aburrida.

Pude apreciar luego que los curas habían aprovechado ese momento para revisar uno por uno los equipajes que llevábamos, en busca de pornografía y bebidas alcohólicas. Me parecía impensable llevar esos elementos a un retiro, quedé sorprendido al enterarme de la buena cantidad de confiscaciones realizadas.

-Los que se quieran confesar pueden anotarse en la lista del padre Antunez y los llamaremos por orden.

Consideré razonable una confesión previa a la limpieza espiritual y por otro lado el padre Antunez era muy benévolo para con los pecados impuros. Castigaba a razón de un padre nuestro y un Ave María cada dos o tres pajas (dependía del tiempo transcurrido desde la última confesión) y la puteadas y desobediencias familiares casi no las registraba. Le gustaba hurgar en los actos impuros. Con seriedad preguntaba: ¿Cuántas veces te has masturbado?, ¿Utilizaste alguna revista o película?, ¿Pensabas en alguna mujer en especial? Creo que se divertía mucho con los pecados adolescentes y por otro lado su fama de indulgente lo precedía.

Luego de la misa, nos enviaron a meditar a nuestros dormitorios sobre un texto de San Ignacio. No lo medité, lo leí y me tiré en la cama a mirar el techo. Estaba en el auge de mi observación techística cuando abrieron mi puerta con violencia y me anunciaron el turno de confesión, no sin antes reprenderme por no arrodillarme, sentarme o acostarme boca abajo en el piso en el momento de meditación. Tomándome al pié de la letra el silencio impuesto, solo hice un ademán afirmativo con la cabeza y me dedique a seguir al maestrillo hasta el confesionario. Con Antúnez todo salió como esperaba y luego de las oraciones correspondientes a la penitencia, me sumé a la fila de muchachos que leíamos un texto dando vueltas a paso cansino alrededor del enorme patio.

Trataba de concentrarme en la lectura, no había caso, mi mente desvariaba hacia otros lugares y situaciones. Era una exageración hacernos meditar treinta minutos sobre un tema que carecía de interés. Por fin pasó la media hora y marchamos a un salón donde nos hicieron sentar.

Un maestrillo se puso al frente y con voz pausada y solemne nos enseñó de qué forma había que amar a Cristo y a la Iglesia. En conclusión, la forma más práctica era leer las escrituras, entenderlas y creerlas; respetar los dogmas de la Fe y reconocer las maravillas que hizo la Iglesia en pos de la humanidad.

-------------------------Continua en parte 2------------------------------------

Cruz J Saubidet®2006

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